Published for the first time at http://atraso-progreso.blogspot.mx/ and http://robpatron.wordpress.com/ on July, 06, 2013
Uno de los rasgos más notables de los niños más pequeños, por ejemplo los bebés, es la completa sinceridad con que se relacionan con los demás.
Cuando se asciende al segundo nivel de progreso, el mentir, simular y participar en ciertos juegos psicológicos en las relaciones interpersonales se vuelve normal, en contraste con lo que es natural en la más tierna infancia.
Una de las formas de sencillez que se gana al ascender al tercer nivel de progreso, en las relaciones humanas radica precisamente en la ausencia de complicaciones derivada de no incurrir en mentiras ni simulaciones ni determinados juegos, es decir, dimanante de la franqueza y la sinceridad tan poco habituales en los adultos como naturales en los niños más pequeños.
En las relaciones interpersonales, sobre todo en las tendientes u orientadas a iniciar un vínculo más íntimo que la amistad, es en México tan común como por sumisión a una ley de infracción fatal, que cuando una mujer se siente desairada por un hombre ella reaccione con ciertas simulaciones que tienen por objeto en lo esencial hacer creer a ese hombre, y a cualquier otra persona que no esté del todo enterada de la realidad de esa relación, que en realidad ella nunca siquiera intentó iniciar, ni tuvo ningún interés en ello, esa fallida relación y, en muchos casos, que incluso está y ha estado siempre muy lejos de ello por ser de un tipo de persona muy distinta. La preocupación de las personas, sobre todo de las mujeres, en México en este sentido llega hasta el grado de ser en extremo común también que las mujeres desde un tiempo anterior a sus intentos, por lo general relativamente pasivos debido al conservadurismo aquí imperante, por previsión de un posible fracaso, toman precauciones igualmente timoratas e injustamente ventajosas como las de tender bajo sí a modo de malla de seguridad dicho mismo tipo de simulaciones, por anticipado. Muchas de ellas, comienzan simulando que tienen pareja sin tenerla, con la ayuda a veces de un amigo (en algunos casos un homosexual encubierto y que a simple vista no lo parece) que se presta a hacerle ese favor; otras veces engañando a algún pretendiente para simular (sólo ella) que está iniciando o tiene ya una relación con él.
Las probabilidades de que una persona monte tales simulaciones, son mayores en la medida en que considera que son pocas las probabilidades de tener éxito en el intento de iniciar esa relación, y en la medida en que teme el estigma social normalmente imperante y subyugante en los países más atrasados, es decir, en los menos individualistas, consistente en que cualquier persona que permanece sola, sin amigos o pocos amigos o sin pareja, tiene un serio problema social e incluso psicológico.
Los problemas considerables que ordinariamente se desprenden de simulaciones como esas, al igual que de muchos otros tipos de simulaciones, son muy obvios para quienquiera que tiene la veracidad y la sencillez de lo práctico en alta estima, esto es, para cualquiera de la minoría que en estos aspectos ha alcanzado el tercer nivel de progreso.
Casi cualquier persona adulta no muy ignorante ha llegado a saber de algún modo que las mentiras y simulaciones conducen casi siempre, por no decir que siempre, a complicaciones, y un número menor de esas personas sabe además que esas complicaciones son en cierto modo innecesarias, por no mencionar lo ridículas e injustas que en no pocos casos resultan. Sin embargo, en vista de la presión social que sobre cada individuo suele ejercer dicha estigmatización de la soledad en los países más atrasados, muchas personas consideran forzoso caer en semejantes complicaciones con la pretensión de evitar esa más temida posible etiqueta de fracasado(a) o hasta psicológicamente enfermo que el qué dirán está siempre presto a colgarles.
Esas complicaciones incluyen que en muchos casos la otra persona, cometiendo el mismo error que quien inició el montaje de esas escenas, pretenda resolver esa situación desventajosa en que a los ojos de cualquier otra persona semienterada a ese respecto se encuentra, armando también por su cuenta su propia obra de teatro en el mismo sentido, a fin de emparejarse en las condiciones, en la misma pesimista perspectiva de un fracaso en esa relación.
Las personas que en estos aspectos han alcanzado un tercer nivel de progreso, normalmente ven con indiferencia ese injustamente ventajoso intento de la otra parte, en parte debido a la desigualdad que esa otra parte trata de imponer a alguien que no tiene interés en caer en simulaciones de ese tipo, por causa, como antes dije, de su alto aprecio por la verdad y la falta de complicaciones propia de la naturalidad y espontaneidad en lo que se hace y dice, y por una independencia en sus acciones, nacida de su conciencia de que la verdad no depende necesariamente de lo que la mayoría de los demás suponen, sobre todo en los contextos sociales más atrasados, sino de la estricta sujeción a las reglas del sensato razonar, o del razonamiento científico, cuando en ello se es aún más riguroso y se está, como efecto, normalmente más próximo a lo verdadero y justo.
Por más que una persona de progreso de tercer nivel conceda muy poca importancia al qué dirán, lo que en estos casos importa es que ceder a tales condiciones implicaría aceptar un trato por desigualdad injusto, y reafirmar con ello posteriores tratos igualmente injustos o peores.
Las personas que sujetas a tales temores pretenden acercarse de esos modos a cualquier persona que en tales aspectos ha alcanzado un tercer nivel de progreso, normalmente se topan, de manera inexplicable para ellas, con el autocumplimiento de su misma pesimista profecía: el fracaso, consistente en absoluta indiferencia de quien se pretende, o, en el mejor de los casos, un interés casi nulo o muy insuficiente; porque es como si esas personas dijeran: como puedes ver, yo soy mentiroso(a) y ya tengo mi farsa montada; ahora tú sé también mentirosa(o) y monta la tuya si quieres, o atente a las posibles consecuencias, en las que sólo tú podrás quedar como perdedor(a)... si no eres también mentirosa(o). ¡Curiosa condición invitadora a contagiarse de ese atraso! Y por si es necesario aclararlo, repito que la normal renuencia en las personas de progreso de tercer nivel a participar en ese juego no se debe a padecer también dicho pesimismo, sino, principalmente, a la decepción a que conduce esa actitud insincera y ventajosa (la cual, además, en la mayoría de las experiencias resulta ser un hábito arraigado que se manifiesta de una multitud de formas y contra el que hay que lidiar a cada paso de la relación una vez iniciada).
(Cuando se actúa con demasiada cobardía por pesimista previsión de un desenlace desfavorable, por lo general se termina provocando ese mismo resultado adverso que se teme. Al respecto, recomiendo la lectura del artículo "Profecía autocumplida" en Wikipedia: http://es.wikipedia.org/... y su versión en inglés, "Self-fulfilling prophecy": http://en.wikipedia.org/...)
Al mismo tiempo, se da ese tipo de simulaciones también sin estar dirigidas a ninguna persona en particular, sino a los prejuicios de la sociedad en general, con tanta más frecuencia cuanto más se ha rebasado la edad casadera, que por lo común es tanto más temprana cuanto más pequeñas y atrasadas son las ciudades y los países en que suceden. Y a menudo también con afán, que en casos llega hasta el extremo de un matrimonio sin ningún otro objetivo, de evitar cualquier achacamiento de ser homosexual o de cualquier otra preferencia tildada comúnmente también como perversión.
Como resultado de múltiples experiencias en casos como esos, sé que los errores consistentes en montar farsas de esa índole suelen acompañarse de otros defectos considerables, de todos los cuales no hablaré aquí todavía, y normalmente constituyen la punta de un iceberg muy pesado de sobrellevar en cualquier relación; y por ello es razón de sobra para, con toda objetividad, prever con muy alto grado de probabilidad que iniciar una relación con una persona que procede de ese modo, sería una pérdida de esfuerzo y tiempo. Y, sin embargo, puesto que eso no implica una previsión de certeza absoluta, no hay nunca por qué excluir la posibilidad de que algo distinto y más prometedor ocurra cuando una persona parece haber enmendado un error como ese.
Ese tipo de simulaciones llegan también a ocurrir en países mucho más adelantados; pero mucho menos en la medida en que un país ha progresado.
También hay por supuesto juegos amorosos y sexuales que implican simulaciones que, por el contrario, contribuyen a hacer más placentero e incluso divertido, y hasta más fácil en ciertos casos, ese proceso de acercamiento, ya sea cuando ocurre por primera vez o de manera reiterada en relaciones de pareja ya consolidadas o de larga data, y que por ende coadyuvan al progreso de la relación, enriqueciéndola y rompiendo la monotonía, en la medida en que no resultan en complicaciones inoportunas ni desventajosas para ninguno de los miembros de la pareja, y cuando no suceden a remolque de presiones, externas o internas, típicas del atraso, sino por propia decisión con sana y justa motivación.
Se comienza en la vida jugando con toda inocencia y sin ningún afán de manipular abusivamente a nadie, como hacen los niños más pequeños en el primer nivel de progreso; después, normalmente se llega a un segundo nivel en el que menudean y abundan juegos de otro tipo que se han alejado muy considerablemente ya de esa inocencia y espontaneidad primordiales; y, en una minoría de casos, se asciende a un tercer nivel en el que se regresa a ese tipo inocente de juego que priva en los inicios de la vida, pero ya de manera lograda en lugar de meramente recibida.
En realidad, ninguna forma de juego en la que no hay tal sanamente lúdica condición de inocente diversión, es honesta ni conveniente para nadie, a menos que por juego se entienda también la honesta (si bien no en busca de diversión) experimentación que hasta cierto punto es preciso llevar a cabo en determinadas situaciones de la vida para llegar a un conocimiento más extenso o más profundo de esas situaciones y, principalmente, como fruto de ello, de las personas en ellas envueltas. De hecho, uno de los rasgos esenciales de la gente que ha alcanzado el tercer nivel de progreso en este aspecto de la vida, es precisamente esa cualidad inquisitiva y experimentalmente exploradora que le permite alcanzar niveles de conocimiento más elevados que los que en la mayoría de los individuos son lo normal. Por el contrario, una de las causas más comunes de fracasos en los matrimonios (y análogamente en muchas otras relaciones interpersonales, y de escalas superiores, como, por ejemplo, internacionales), es el escaso conocimiento que se tiene del otro miembro de la pareja cuando se ha llegado a esa unión, y esto se debe a la ingenuidad imperante en la mayoría de las personas consistente en conformarse con conocer nada más que lo que les permiten las circunstancias que la vida va deparando, sin tomarse el trabajo de idear, planear y poner en ejecución las nuevas experiencias que posibiliten el ascenso a un mucho más alto grado de conocimiento de la otra persona.
Si a este imprescindible tipo de experimentación social y psicológica puede llamársele un juego, habríamos de considerarla un tipo especial y aparte de juego, que se distingue del resto en no buscar más que un mayor conocimiento, de manera honesta y conducente hacia el progreso, por más que en determinadas circunstancias implique un proceso desagradable para quien o quienes participen de él no teniendo conciencia de esa calidad experimental (el camino hacia el progreso nunca es necesariamente agradable en todos los aspectos), o "lúdica" si así quiere llamársele, y que podemos llamar ludicognoscitiva.
Por ejemplo, es bien sabido que no se ha conocido verdaderamente a nadie mientras no se ha estado en una posición de debilidad frente a esa persona, y mientras por lo tanto no se ha conocido cómo esa persona reaccionaría en tales condiciones, si abusiva o respetuosamente.
Y ninguna persona debería tomar una decisión tan importante en la vida, como, por ejemplo, la de casarse, sin antes haber estado, ya sea por azar de la vida o por inducción, o simulación, deliberada de uno mismo, en esa crítica condición que es concluyente prueba de la sensibilidad y calidad moral de las personas.